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San Luis Potosí

Beatifican a la potosina Conchita Cabrera, la primer laica que llega a los altares

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La casa de Conchita Cabrera se localiza en Jesús María en Villa de Reyes en San Luis Potosí 

Ciudad de México.- Este sábado 4 de mayo fue beatificada en la Basílica de Guadalupe (México), Concepción “Conchita” Cabrera de Armida, quien se convierte oficialmente en la primera laica mexicana en ser elevada a los altares.

La nueva beata se caracterizó por tener varias facetas en su vida, entre las que destacan ser madre, esposa, mística y escritora prolífica.

La ceremonia de beatificación fue presidida cerca del mediodía por el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, y participaron más de 80 obispos.

Previo al inicio de la Misa se realizó el rito de beatificación en la que se leyó la carta apostólica enviada por el Papa Francisco.

Posteriormente, entre los aplausos de miles de fieles al interior de la Basílica, una reliquia de la beata (una venda con su sangre) fue llevada en procesión hacia el altar por su nieta, la Hermana Consuelo Armida, y Jorge Guillermo Treviño, la persona que recibió el milagro por su intercesión.

En su homilía, el Cardenal Becciu recordó a Concepción Cabrera como “una figura maravillosa en sus diferentes aspectos de esposa, madre, viuda, inspiradora de Institutos religiosos y de iniciativas apostólicas”.

“La belleza y la fuerza de su testimonio consiste en haber escogido, desde la adolescencia, consagrarse al Amor absoluto: Dios. Elegir a Dios como Amor absoluto significa abrazar su voluntad, que a Conchita se manifestó de manera inmediata y clara: ¡serás esposa y madre!”, dijo.

El Prefecto sostuvo que, al igual que la Virgen María, “también para Conchita la felicidad consistía no en seguir sus propias inspiraciones, aunque santas, sino en conformarse al proyecto que Dios tenía para ella”.

“Así, ella aceptó vivir con total dedicación su experiencia de esposa y de madre. Aceptó la responsabilidad de una fidelidad continua, de una maternidad que se renovó por nueve veces, de haber tenido que educar a sus hijos, tarea agotadora al tiempo que hermosa. Se manifestaba preocupada por su crecimiento humano y, sobre todo, espiritual: una solicitud materna por cada uno de ellos; verdadero modelo de madre, pronta para alentar los aspectos positivos y corregir los defectos”, destacó el Cardenal.

Por otra parte, recordó que la “profunda fe” de Concepción, “alimentada con una oración intensa y constante” ante el Santísimo Sacramento, así como su “caridad sin medida”, la encaminaron a un “largo itinerario ascético y místico”.

“La unión con Dios se caracterizaba también por una profunda experiencia de unión mística con Cristo, de la que brotaba una generosa maternidad espiritual hacia las almas”, añadió.

En ese sentido, Concepción “hablaba de Dios en modo convincente y naturalidad, de modo que se evidenciaba su ardiente amor por Él. Desde su juventud se esforzaba en transmitir fe a los demás, también a través de sus escritos”, resaltó el Purpurado.

También, recordó que la beata “se dedicaba con generosidad a las obras de misericordia espirituales: visitaba enfermos y moribundos, dándoles consejo espiritual”.

Entro momento, el Cardenal Becciu destacó: “La beata María Concepción Cabrera, caso único en la historia de las fundaciones religiosas, inspiró y promovió cinco Institutos, denominados las ‘Obras de la Cruz’: dos congregaciones religiosas y tres obras apostólicas, sin asumir ni el papel de fundadora ni, mucho menos, la carga y los poderes de superiora general”.

En la vida de Concepción Cabrera hubo, además, muchos momentos en los que cargó la cruz de Cristo: tras 16 años de matrimonio perdió a su esposo y luego a cuatro de sus hijos.

El cardenal Becciu  reconoció que, en todas esas ocasiones, frente al dolor, no perdió la serenidad y no se apartó de la confianza en Dios: “Nuestra Beata comprendió perfectamente la ciencia de la Cruz”.

“Nos encontramos frente a una mujer de fuerte personalidad, dotada de dotes excepcionales, tanto humanas como cristianas (…) se nos presenta hoy, especialmente a las mujeres, como un modelo de vida apostólica: oraba y actuaba, tenía la mente fijada en el cielo y los ojos vueltos hacia la tierra; adoraba y exaltaba la grandeza de Dios y se ocupaba de las miserias y de las necesidades de los hombres”, señaló el Purpurado.

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